Hace poco estuve de viaje en Polonia por cuestiones de trabajo. Y teóricamente debería hablar de las bondades de la gastronomía polaca, sin embargo, algo me llamó la atención (no solo a mí, también a otros compañeros). ¿Qué es eso tan sorprendente?
¡Nos sirvieron las cervezas con pajitas!
Fue sobrecogedor. Durante unos minutos no pude articular palabra, ya que me quedé anonadada. No soy una experta en cerveza, a pesar de ser mi bebida fetiche, pero en mi vida había visto servir una cerveza con pajita. He presenciado discusiones sobre cómo echar la cerveza, si debe tener sus dos dedos de espuma o no, quien la prefiere negra a rubia… pero nunca he visto a nadie argumentar sobre si una cerveza debe llevar pajita o no. A ninguna mente se le habría ocurrido que eso pudiera suceder.
Documento gráfico del OVNI |
Continuando con la narración, yo seguía con los ojos ojipláticos por el mero hecho de ver una cerveza con pajita (como si hubiera visto un extraterrestre), cuando me percaté que no todas las cervezas llevaban dicho artilugio, solo las que eran para las mujeres. Y ahí la gracia que podía tener el avistamiento del ovni se diluyó por completo. ¿Por qué razón una mujer a la que le gusta la cerveza querría bebérsela con una pajita? ¿a qué mente machista se le ocurrió eso?
Esta mera anécdota, me hizo reflexionar sobre los micromachismos que sigue habiendo en algunos aspectos de nuestra vida, a los que no damos importancia pero que están ahí. No soy una abanderada del feminismo ni mucho menos, además, mi juventud no me ha permitido sentir en mis carnes el machismo más profundo; pero hay ciertas situaciones, como la descrita anteriormente, que hacen que se me revuelva algo en el estómago y sienta la pervivencia de ciertos ecos machistas.
Muchos os preguntaréis a qué tipo de situaciones me refiero. Una de ellas es la de estar con un amigo y pedir una cerveza y un agua al camarero. Si por una de aquellas el camarero no es el mismo que te ha tomado nota, hay altas probablidades de que sirvan la cerveza a tu amigo, en vez de a ti (pobre mujer deseosa de meter un poco de cebada en tu cuerpo).
Otra situación es el momento de pagar la cuenta. Si estás con un hombre es altamente probable que le den la cuenta a él, aunque la hayas pedido tú con toda la intención y vayas a pagarla tú porque quieres, puedes y no necesitas que nadie te lo pague.
Algunos pensaréis que es darle demasiada importancia a situaciones banales; yo normalmente no se la doy o me tomo con humor dichas confusiones. Pero, a veces, hay que levantar la voz y decir que ¡no está bien! que no quiero agua, que lo que quiero es:
¡U-NA CER-VE-ZA SIN -PA-JI-TA Y LA CUEN-TA LA PA-GO YO!